La vida no hace justicia.
Te ajusticia.
Es una falacia.
Calzas los pies cruzados a cada paso.
Tienes que volar alto.
Tus alas invisibles despliegan en la noche del sueño tu salto.
Reproduces la similitud de lo que perdiste.
A veces, quieres alzarte con el amante.
A veces, consigues ese contacto.
Sólo a veces.
Idealizas y prometes en regueros de rimas y versos.
Ese vuelo imaginario cobra empuje.
Engarzas en tus manos los deseos olvidados.
Palabras hilvanadas de deseos anidados en tus manos.
Las que recorren recovecos de tu alma, mientras lees efluvios de promesas y caricias.
Todo eso es mentira, pero crees que es posible el amor que se promete.
Tensas el arco y cimbras el cuerpo.
Lates en un tempo explosivo y sientes su cuerpo supuesto.
Consigues con ello la trascendencia de amantes que no tuviste.
Hubo tantas quimeras que cegaban el hueco de lo posible, que ahora sientes que te perdiste.
Olías sus ropas.
Sentías en tus entrañas que te abrazaba y penetraba.
Cuando así era, ausente representabas una comedia de ayes.
El primer día traca y cohetes.
Después, monotonía.
Imbricabas tu alma en los posibles que se evadían.
Tú le querías, pero el latido interno persistía en decirte que ese encuentro no existía.
Que era un sueño y fantasía.
Quedan recuerdos de los deseos.
Queda memoria de desencuentros.
Todo pasó en un reflejo que no quedó.
Estas palabras surgen tras la lectura de poesía amorosa y lúbrica.
No me creo lo que el poeta amoroso vende con sus letras.
Si al leerlo no se me mueven las entrañas, eso es silencio.
Eso, o mi vacío sempiterno.
Las ideas pueden hacer de medio para sentirnos y conocernos.
Las ideas.
Con ellas hacemos trazos en el infierno.
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