De nuevo ante esta pantalla en blanco. Página simulada.
El sueño no me alcanza.
Es mucho lo que zozobra en mi interior.
Bulle en desorden una energía que no me permite dar paso al descanso necesario.
Un día intenso antecede.
Es eso.
No consigo desconectar de lo que con intensidad vivo.
Hoy mi sobrina ha estado receptiva y comunicativa.
Será que empieza a salir de esa crisis tontera en que estuvo tiempo atrás.
Sus cambios me pillan fuera de juego.
Me ha alegrado poder compartir un rato al teléfono.
Cuando niña, era mi niña.
Ahora debemos aprendernos la una a la otra.
La vida es cambio.
Hemos salido a caminar, pero no hemos llegado a la orilla del mar.
Ayer, tampoco.
Está allí, y a penas lo visitamos.
El día fue luminoso.
Ahora me siento espesa, pero al tiempo activa e inquieta.
Ella duerme.
Yo he tenido que volver a entretenerme con este artilugio que parece imprescindible.
Lo cierto es que hubiera podido tomar lápiz y papel.
Otras veces lo he hecho.
Horas de alerta y seguimiento.
Había entrado a participar en un grupo que me había captado.
Parecía ser un sitio válido.
Se propiciaba hablar de cosas interesantes.
Pero no todo iba por el buen camino.
Sorprendida, pude ver que se manifestaba la intolerancia y el rechazo.
Una compañera ponía su queja.
Seguí el hilo de esa conversación y pensé que ese no era mi sitio.
No me quedo allí donde se rechaza por razones trasnochadas y carcas.
De todo aquello, queda mayor conocimiento y recelo.
Argüí una historia en la que mis personajes no se veían en problemas semejantes.
Pienso que ese ideal está lejos de alcanzar.
Mi deseo para este año era la tolerancia y el respeto.
Escribí al final de una carta que escribí a un amigo:
“La tolerancia es muy difícil de aplicar.
Se es tolerante con lo que no inquieta ni pone en cuestión las propias creencias.
Ponerse en el lugar de la otra, u otro, no resulta fácil.
Muchas veces, la diversidad en estos entornos dificulta ese encuentro.
Es posible que nos polaricemos.”
Esas palabras venían dictadas por los acontecimientos que me laceraban.
Es necesario que esas personas que piensan por encima de lo humano en las reglas y normas de sus creencias, empiecen a considerar que hay muchas formas de enfocar la vida, y que deben evitar ciertas posturas de intransigencia.
Incluso se atreven a hablar del pecado ajeno.
No hay pecado si no se viola una creencia asumida, o no se sigue el credo de una prédica.
Tu pecado no es mi pecado.
Tus creencias no son las mías.
No pretendas que me calce el zapato que se ajusta a tu horma.
Vivimos tiempos en que los humanos nacemos en culturas complejas.
Hay un cambio de paradigma que debe darse sin retroceso.
Los grandes poderes de la palabra divina quieren hacer creer que con ella se crea el nexo social que hace de la sociedad algo estable.
Aunque se les desmorona el mundo y la estructura que quieren mantener a toda costa, están en sus trece y claman por un desorden que anuncian por falta de valores de los que se creen deudores.
El ser humano. Las personas cuentan.
No se hace necesaria una mirada externa, cuando el consciente y la consciencia miran al otro y a la otra como parte de la misma cadena del Ser.
Nadie puede señalar al otro descalificando.
Límites que sólo uno mismo sabe dónde están, no pueden ser prescritos.
La autogestión en un entorno de respeto.
No acotes de tal manera que constriñas y evites mi libertad.
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