sábado, 9 de octubre de 2010

Emilia

Ayer supe que por fin te habías liberado de las garras de la vida.
Mi querida y recordada tía.
Hoy has entrado en el cubículo que esperaba tus restos, al lado de Manuel, tu esposo.
No lloré al saber que habías muerto.
Me alegró saber que terminaba tu calvario.
Tu mente despierta debió ser la cruz.
Él marchó antes.
La espera para el reencuentro debió ser dura.
Hubiera valido la pena sobrevivir si no hubiera fallado tu cuerpo, pero no fue así.
Recuerdo tus palabras de desencanto.
Me hicieron mella.
Desde ayer te recuerdo activa.
La memoria nos regala recuperar esos momentos en que transmitías tu interés por las cosas.
Ahora empiezo a tener el nudo en la garganta.
No puedo evitar esas lágrimas que mereces.
Mi muestra de reconocimiento está en estas líneas.

Descansa en paz y en su compañía.

CABE ESPERAR es la espera de ese reencuentro.
A partir de ahora no será igual.
Hoy, cuando seguía con la muerte de Julián, te cruzabas en mi mente.
Pensaba en el nicho que te recibía.
El que elegiste para mi tío y para ti.
Mamá soñó, o se encontró con él.
Estuvo en el trance que tras la operación la tuvo en la puerta de ese túnel de luz.
Ella me lo explicó al poco rato de vivirlo.
Hoy he pensado que os habréis encontrado y enlazados paseareis por el no espacio del no tiempo a la espera de los que hemos de ir a vuestro encuentro.

Os quiero.

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