Cuando los argumentos no valen,
se enredan.
¿Qué queda?
Guardar silencio y recordar que en una disputa todos llevamos las de perder.
Aunque duela, hay que comerse las ganas y seguir mirando al frente, con la esperanza de que un buen día el polvo de esa losa se lo lleve el viento.
¿Quien lava las ofensas?
El tiempo.
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